Aquí hay unos textos cortitos que vienen a ser como un aperitivo. O como meter el dedo en el frasco para probar la mermelada. Algunos de los textos son… (¡agárrate!) poesías. No te asustes. No me pongo seria ni sentimental. Si acaso algo guasona. Un aperitivo debe ser ligero.
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¡Mira Seño!
Ha llegado la primavera, Seño.
¿Podemos dar la clase afuera, Seño?
¿Por qué no? ¡Venga, sé buena!
El sol brilla y da tanta pena
estar aquí encerrados, Seño…
Que no, que no nos distraeremos.
Te lo prometemos, Seño.
¿Qué cómo lo sabemos?
Pues porque afuera no hay ventanas.
Siempre nos distraen, las ventanas
¡Nos dan tantas ganas de mirar por ellas!
Las paredes tampoco ayudan.
Son tan blancas y sosas que nos dan sueño.
Hablando de cosas blancas y sos…
Hablando de cosas blancas,
estás muy paliducha, Seño.
Te vendría bien tomar un poco el sol
Es que casi no se te ve, Seño.
Será por eso que Juan
no te espera ya a la salida con su vespa.
Nosotros pensamos
(lo hemos hablado, Seño)
que si te esperara
estarías de mejor humor.
No gruñirías
cuando te pedimos dar la clase afuera.
No mirarías tanto por la ventana.
¡Que tú también te distraes mucho con la ventana, Seño!
No, no hace falta que pongas excusas.
Nosotros entendemos muy bien
que las ventanas, son las ventanas,
y es difícil resistirse cuando se empeñan
en que uno mire por ellas.
Sobre todo si hay partido afuera,
y Juan, el profe de educación física,
corre de un lado a otro tocando el pito.
¡Pero no te pongas así, Seño!
No te tapes la cara.
No te dé vergüenza.
¡A nosotros no nos importa que mires por la ventana!
¡Mira todo lo que quieras!
No pensamos contarles a nuestros padres
que a veces
cuando suena el pito
miras y te callas a mitad de una frase
y nos quedamos sin saber cosasque a lo mejor son importantes,
como por ejemplo,
para qué sirve el número pi.
Puede que, por no saber esas cosas,
no lleguemos a ser gente de provecho el día de mañana.
Pero ¿a quién le importa ahora el día de mañana?
Hoy es hoy y brilla el sol y…
¡Eh! ¿Adónde vas?
¿Has cambiado de idea, Seño? ¿Podemos salir entonces?
Ah… Al baño…
¿Es que no puedes aguantar hasta el final de la clase, como nos dices a nosotros?
¿La cara? ¿Que tienes que refrescarte la cara?
Claro. Hace mucho calor.
¿Podemos ir a refrescarnos la cara nosotros también?
¡Jo! ¿Por qué tú sí y nosotros no, Seño?
¡Eso no es justo, Seño!
¡Mira! ¡Toca! ¡Mira qué sofocadas están nuestras caras!
Bueno, la tuya más, eso es verdad.
Además tienes los ojos rojos, Seño.
¿Alergia al polen? Mmm… Si tú lo dices...
¡Uyuyuiii!
¡Ay, Seño! ¡No te pongas tan alérgica!
Toma, suénate la nariz. No, no está usado. Casi.
¡Aibá! ¿Qué ha sido eso?
¿Seño? ¡Señooo! ¿Estás bien?
¡Es increíble! ¡La ventana ha estallado!
¡Ostrás!
¡Sí que ha venido fuerte esta primavera!
Como no salíamos a verla,
ha asaltado nuestra clase.
Mira tu mesa, Seño,
toda llena de trozos de primavera,
brillantes y afilados.
¡Si hasta el sol ha entrado dando brincos!
Redondo y naranja,
con su nombre escrito en letras negras.
Wilson, el sol se llama Wilson.
¡Que no! Que no es el sol. Es un balón.
Por eso no quema,
por eso da botes
y se deja encestar en la papelera.
Pero… ¿y ese ruido nuevo?
Una estampida de búfalos sube por la escalera.
Que no, que es Juan,
el profe de educa
Entra en clase corriendo y grita ¡Carmen!
¿Carmen? ¿A qué viene eso?
¡Ah! Si es tu nombre;
no nos acordábamos, Seño.
Carmen.
Juan lo repite varias veces,
para que no se nos vuelva a olvidar, a lo mejor.
Te quita a toda prisa los trozos de primavera
del pelo y de la ropa.
Se corta con ellos los dedos. Dice:
¿Estás bien? ¿Estás bien?
Pero no usa su voz del patio,
ese vozarrón con el que nos grita:
¡Venga!
¡Sois más lentos que el caballo del malo!
¡El último hace veinte flexiones!
No. Usa una voz ronca y suave
como de presentador de la radio.
¿Por qué te habla así, Seño?
¿Por qué te sigue tocando el pelo si ya te ha quitado todos los cachos de primavera?
¿Queeé?
¿De verdad que podemos, Seño?
Pero… ¿Tú no vienes?
¿Y quién nos va a dar la clase?
Vale, vale… ¡Geniaaal!
Sí, seguro que algo aprendemos por ahí afuera.
Sí, ya sabemos que las matemáticas están en todas partes,
¡anda que no nos lo has dicho veces…!
Igual hasta encontramos el número pi
y te lo traemos de una oreja.
Uy no, descuida. Seguro que tardamos un buen rato
¡Hale! ¡Hasta luego, Seño!
Me pregunta el peluquero:
-¿Y en el cole cómo vas?
¿Que te han quedado las mates?
¡Pues tienes que estudiar más!
-¿Y tú?, pregunto yo.
-¿Ganas bastante dinero?
¿Que no? Pues a espabilar.
¡Tienes que cortar más pelo!
La tía Mari me dice:
-Te noto más rellenito.
-Yo a ti también, le contesto.
Me dice la panadera.
-¿A ti que te pongo, rico?
-Una chapata, monada,
Papá se enfada conmigo.
-¡No tienes modales!
, dice.Lo pruebo con mi vecino.
-¿Qué tal estás?,
me saluda.Con esto de los modales
siempre se enfadan conmigo.
Si se tienen que enfadar
que sea al menos con motivo.
-Hola
, me dice el cartero.-Pase hombre, ¿qué le pasa?
-Tengo los viculas flajas.
-¿Cómo dice? No le entiendo.
-Lis vacoles flijes tengo.
-¿En qué idioma me habla usted?
-In espuñel, ¿no lu ve?
-¿Me está usted tomando el pelo?
-¡Ni sañir, qui istey anfermo!
-Abra la boca bien grande...
Pero, ¡haberlo dicho antes!
Tiene las vocales flojas.
-¡Iso! Flijas las vocolas.
-Pues se las voy a apretar.
¿Qué tal así?
-¡Colosal!
Fue idea tuya. Dijiste
que no se daría cuenta.
Que esa no la usaba nunca.
Y como era una emergencia
te hice caso y me la eché
encima de la cabeza.
¡Los demás ya estaban listos!
Los oía en la escalera.
Cortaste dos agujeros,
uno por ojo, en la tela.
Y sería por la prisa,
que te quedaron de pena.
Mis amigos, impacientes,
ya llamaban a la puerta.
Yo quise salir corriendo
pero me dijiste: -¡Espera!
Te vendrá bien esta bolsa.
¡Recuerda! ¡Vamos a medias!
Nos juntamos en total
tres zombis, dos vampiresas,
una momia y dos fantasmas.
(El otro iba con cadena).
Fuimos por todos los pisos
¡Y menuda escandalera!
Gritábamos “¡Truco o trato!”
a quien saliera a la puerta.
Casi todos dieron chuches,
menos la del quinto izquierda
que nos dio tres zanahorias,
un pepino y una berza.
Vuelvo a casa muy contenta.
Tengo la bolsa bien llena.
-¡Alto ahí!, grita mamá.
¡Esa sábana que llevas
me la cosió mi madrina
con primor e hilos de seda!
-Que no, digo, que esta es otra.
Mi madre repite: -¡Es esa!
Ahí cerquita de la esquina
tiene bordadas dos letras:
La P por Pablo, tu padre.
La M por mí, Mireya.
Fue su regalo de boda,
un mes antes que muriera.
¡Y tú me la has destrozado!
¡Me duele el alma de pena!
Yo digo: -¡No he sido yo!
Ella dice: -¡No me mientas!
Entonces te miro a ti.
Espero que me defiendas,
que confieses que tú has sido
quien tuvo la mala idea,
quien cortó los agujeros
(fatal por cierto) en la tela.
Pero no dices ni mu.
Mamá me grita y la dejas.
Y eso que eres el mayor.
Y eso que yo soy pequeña.
Y yo te voy a acusar,
pero me das cierta pena.
Has apretado los ojos
y agachado la cabeza.
Así que no digo nada
y me aguanto la tormenta.
Pero la verdad, abuelo...
¿Es que no te da vergüenza?
Has sido un poco traidor.
Yo he sido muy buena nieta.
Me debes una bien gorda.
Las chuches no son a medias.
No, no pongas esa cara.
Anda, cómete la berza.