Nací en Madrid hace ya algún tiempo. Estudié Ingeniería Forestal y Filología Hispánica. Trabajé unos años como documentalista en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Mi primer libro infantil salió en 1986 y desde entonces sigo escribiendo para gente más o menos menuda.
He publicado unos cuantos libros (más de cuarenta, menos de cincuenta) y recibido algún que otro premio (Barco de Vapor, Edebé, Ciudad de Málaga). Actualmente vivo con un pie en Inglaterra y otro en España, lo que resulta francamente incómodo, porque no tengo las piernas muy largas.
Nací en Madrid en 1964. Mi afición a los libros era tal que aprendí a leer sola siendo un mico. Mis hermanos aún no me han perdonado tanta precocidad e insinúan que esta es una leyenda familiar sin fundamento. (Qué triste cosa son los celos fraternales.)
Mi abuelo colaboraba con una imprenta y me suministraba unos elegantes cuadernos forrados en tela, gordos como biblias, donde escribí e ilustré mis primeras historias, que nunca terminaba y que afortu lamentablemente se han perdido.
En el colegio coseché mis primeros laureles literarios ganando un concurso de cuentos a los nueve años. Me fue otorgada una medalla de papel dorado colgada de un pedazo de lana.
Pese a estos auspiciosos comienzos, renegué de mis inquietudes (escribir y pintar) y estudié Ingeniera Técnica Forestal. Esto me permite en la actualidad distinguir entre un pino negro y un pino piñonero.
Compaginé mis estudios con un puesto como documentalista en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas. Trabajaba en una biblioteca con muchos libros sobre peces. Eso me permite en la actualidad llegar a la pescadería y pedir una lubina por su nombre en latín.
Sentada en mi despacho diariamente de 8 a 3, tuve tiempo de recapacitar. Empecé a estudiar Filología Hispánica y volví a escribir. Un día tonto me dio por releer mis libros favoritos de cuando era pequeña y tuve una experiencia madalena de Proust tan intensa que quise probar a escribir para niños. (¿Que no entiendes lo de la madalena? No importa. Lo he puesto sólo para impresionar a los mayores).
Funcionó. En 1986 quedé finalista del Premio Barco de Vapor con Chis y Garabís y decidí que ya no quería hacer otra cosa.
En 1992, o sea, quinientos años justos después que Colón, descubrí América. Pasé dos años en Bolivia y durante ese tiempo colaboré con la Secretaría de Educación boliviana (un poco), viajé (mucho) y escribí La tierra de las papas, utilizando como materia prima todas las cosas que veía a mi alrededor.
Tras Bolivia vinieron otros países, por aquí y por allá (Argentina, Suiza, Inglaterra). Tanto trajín migratorio te podría hacer pensar que huyo de un oscuro secreto. Me encanta cuando la gente piensa eso.
Tengo un hijo y una hija, que se han empeñado en crecerme más de la cuenta. (O,en todo caso, más de lo que una autora de libros infantiles y juveniles debería permitir.)
Cuando la escritura y la vida en general me dejan tiempo, dibujo. He ilustrado varios de mis libros y amenazo con seguir haciéndolo en el futuro. Mientras tanto, inundo las casas de familiares y amigos con muestras de mi arte que éstos (gente de mucho tacto) se apresuran a poner en un lugar visible cuando los visito.
Soy poco amiga de llamar la atención. Por eso, cuando me presento a un premio literario suelo elegir el segundo puesto. He sido finalista del premio Barco de Vapor en tres ocasiones (1986, 1990 y 1997) y he recibido el accésit del Premio Lazarillo de Literatura Infantil por un libro de poesías (Hojas de líneas cojas, 1994).
En 2004 me aburrí de tanto recato, me solté la melena y gané los premios Barco de Vapor y Edebé de Literatura Infantil. Ese atracón de éxito me hizo pensar que me iba a comer el mundo, y que todo el monte era orégano, y que de aquí a la fama, y ese tipo de cosas.
Sin embargo, otros escritores, ambiciosos ellos, se han empeñado desde entonces en acaparar la fama y los premios que me estaban destinados. Sólo se descuidaron un poco en 2017, ocasión que aproveché para ganar el Premio Ciudad de Málaga. Como no sé hacer otra cosa, yo sigo escribiendo y dibujando en mi estudio brightoniano, sin prisa y con alguna pausa. Las pausas las utilizo para ver caer la lluvia por la ventana. O para mirar como la gaviota que anida en el tejado alimenta a sus crías. Hay que ver lo que zampan esos bichos.
En mis libros suelo abusar de ciertas palabras, como perplejo y narices. Narices, sobre todo, es una palabra que me da cierta satisfacción, como estornudar o soltar un taco. Narices, narices, narices.
Tengo el feo defecto de dejar para mañana lo que puedo hacer hoy. Pero al final lo hago. O no. Depende.
Soy una de las escritoras más lentas que ha conocido el mundo. Mi manía de corregir y corregir puede resultar exasperante. (Exasperante quiere decir que te dan ganas de tirarte de los pelos.)
Nunca pongo título a mis libros hasta que no están terminados. En el ordenador los guardo con un nombre cualquiera, normalmente absurdo: pajarraco27, ayminiño13. El número indica cuántas versiones de la historia he escrito. Lo que te decía antes: exasperante.
Tengo una cuñada que va por librerías y centros comerciales poniendo mis libros en primera fila, para que los compre la gente (gracias Merche). Sin embargo, cuando yo voy están de nuevo al fondo. Se ve que los otros escritores también tienen cuñadas.
Creo que el humor hace la vida más fácil, así que voy por ahí de graciosilla. Pero cuando escribo también tengo mis momentos serios y a veces hasta sombríos: No te confíes.
Todavía recuerdo cómo disfrutaba de pequeña con algunos libros. Si alguno de mis lectores disfruta así leyendo pajarraco27 (o 33, o 48), considero que he cumplido mi misión en el mundo.