Estos son algunos de mis libros, empezando por los más recientes. Pincha en cada uno para saber más sobre él.
Un día complicado
Edebé
Maripopis
Edebé
Un tío en París
Edebé
El gallimimus
Edebé
La bobada celeste
Anaya
La playa del Otro Lado
Edebé
Malas compañías
Edebé
Rollitos de primavera
Edebé
La gruta de las EScorias
SM
La noche de los cuchicuchis
Edebé
¡Que viene Horripeludo!
Edebé
Tengo el aura un poco gris
SM
Pollos, pepinos y pitufos
SM
No lleves hadas al cole
SM
Mi abuelo el Presunto
Edebé
Sombra
SM
Mi vecina es una bruja
Edebé
La tierra de las papas
SM
Quiero ser famosa
SM
Demonios en camiseta
Edebé
Chis y Garabís
SM
Aquí tienes una lista completa de todos los libros que he publicado.
Obras colectivas:
El libro dice…
Abro los ojos y ahí está, a los pies de mi cama, mirándome. ¡Menudo susto!
No es la primera vez que sueño con alguien y me lo encuentro al despertar. Pero normalmente me basta con parpadear un poco para que desaparezca.
Esta vez no me sirve. Parpadeo, pero éste se queda. Corro a lavarme bien la cara y cuando acabo lo veo reflejado en el espejo del baño. Está algo borroso pero está. Y eso no me hace ninguna gracia. Con la boca cerrada tiene una pinta bastante normal, pero en mi sueño me perseguía, echando chispas rojas por los ojos y enseñando unos dientes muy puntiagudos. Y yo sabía que quería devorarme.
–¡Mamá! –grito entrando en la cocina–. ¡Hay un…
–¡Rocío! ¿Todavía estás en pijama? ¡Vístete!
–Pero es que hay un…
–¿Y Gus? ¿Se ha levantado?
–No, pero…
–¡Levántale ahora mismo! Yo aún tengo que poneros los bocadillos...
–Pero mamá...
–… Y responder unos emails...
–¡Mamá!
–… y plancharme esta blusa.
–¡Pero mamá! ¡Es que hay un...
–¿Todavía estás aquí, Rocío? ¿Qué te he dicho de tu hermano?
Voy al cuarto de Gus, que gruñe, como todas las mañanas:
–¡No quiero ir al cole! Odio el cole.
Ahora toca que él se esconda bajo el edredón y yo consiga que salga y se vista.
Pero hoy es diferente.
–¿Y ese quién es? –pregunta señalando a mi espalda. O sea, que él también lo ve.
–Es un zombi.
Ya está. He dicho en voz alta lo que no me atrevía ni a pensar.
–Quiere que te levantes y te vistas –continúo–. Mejor hazlo antes de que se enfade porque tiene muy poca paciencia.
Hasta de la peor situación se puede sacar algo bueno. Eso es algo que dice mucho mi abuela, y en este caso funciona: Gus se levanta y se viste sin rechistar, sin dejar de mirar al zombi. Aunque sospecho que tiene más curiosidad que miedo. Como también dice mi abuela, este niño siempre ha sido un insensato.
Rocío se despierta una mañana y se encuentra a un zombi en su habitación.
No es fácil lidiar con un zombi, especialmente si los adultos a tu alrededor se empeñan en ignorar su existencia.
Rocío, su hermano Gus y su amigo Roque vivirán las peripecias más descabelladas intentando controlar a esta criatura terrorífica.
El libro dice…
"Estuvimos jugando al fútbol en el parque hasta que se hizo de noche, Marcos y yo contra su padre. Un partidazo.
-Mejor lo dejamos ya, que no se ve nada –dijo su padre.
-¿Qué dices? Se ve de miedo –dijo Marcos, justo antes de estrellarse contra un árbol.
Por su culpa tuvimos que parar. Ya habían salido unas pocas estrellas. Como estábamos muy cansados, nos tumbamos en la hierba y el padre de Marcos nos fue diciendo los nombres.
-Esa que brilla tanto es Venus. En realidad no es una estrella, sino un planeta. Es la primera en salir y la última en desaparecer cuando amanece. ¿Veis esas siete que forman como un cuadrado con un rabito? ¿Sabéis cómo se llaman?
-La osa mayor –contestó Marcos-. Eso lo sabe cualquiera.
Yo no lo sabía.
-La osa mayor sirve para encontrar la estrella polar –continuó su padre-. Basta con seguir con el dedo la...
-Eso, ¡basta papá! Para de darnos el rollo.
-¡No! Sigue –pedí yo.
Siguió durante un buen rato, porque iban apareciendo constelaciones nuevas y yo quería saber el nombre de todas. Hasta que Marcos dijo que tenía hambre y que las estrellas no se comían.
-¡Jo! Te las sabes todas –le dije al padre mientras volvíamos a la casa.
-Desde siempre me ha interesado la bóveda celeste.
-¡A mí no me parece una bobada! –protesté.
-Bobada no, ¡bóveda!, bruto –me corrigió Marcos, que se cree muy listo-. La bóveda celeste es el cielo dicho en fino.
Su padre soltó una carcajada.
-¡La bobada celeste! ¡Esta sí que es buena!
De tanto como se reía se tuvo que parar. Cuando seguimos andando me quedé atrás, dando patadas a una piedra.
-¡Eh, Lorenzo! –me llamó el padre de Marcos-. No te habrás enfadado ¿no?
En vez de contestar hice volar la piedra por los aires.
-Buen chute –dijo él."
A Marcos le va a llevar su padre a ver una lluvia de estrellas. ¡Ya le gustaría a Lorenzo tener un padre tan enrollado como el de su amigo! Bueno, se conformaría con tener un padre, y punto. Claro que tampoco puede quejarse: Ahí está Charlie, el nuevo novio de su madre, que le lleva en su moto y le enseña llaves para defenderse de sus enemigos. Según Marcos, Charlie es “mala gente”. ¡Bah! Lo dice por envidia, y porque Charlie nunca le monta en su Kawasaki. Charlie es un buen tipo. ¿O no?
El libro dice…
"Rascal se paró en medio de la habitación que compartían Leo y su madre. Miraba a todas partes con ojos que el asombro hacía parecer saltones.
-¿Te gusta? –la madre de Leo le sonrió.
-Te gusssstaaa... –repitió Rascal, y se echó a reír con su bocaza llena de dientes grandes y muy blancos.
Estaba claro que no entendía el español.
La madre de Leo se rio también, a saber de qué.
-A ver qué encontramos para vestirte... –abrió el armario-. Leo y tú sois más o menos de la misma altura.
-Yo soy más alto –rectificó Leo, malhumorado.
-Apenas. Pero sí que eres bastante más grueso. Necesitaremos un cinturón.
¡Ahora su madre le llamaba gordo! Leo no era grueso... Aunque cualquiera parecía gordo al lado de ese palillo color chocolate. ¿Cómo se las habría arreglado para arrastrar a Leo hasta la orilla? ¡Si se le podían contar las costillas! Por lo flaco y porque solo vestía una especie de calzón harapiento. La madre de Leo le hizo ponerse unas bermudas y una camiseta de rayas.
-Guapísimo –opinó.
Un mamarracho, eso era lo que parecía, perdido en la ropa de Leo.
¿Quién dijo que los sorteos nunca tocan? Leo y su madre han ganado un viaje a una isla tropical y están disfrutando de unas vacaciones de ensueño en el hotel Paradiso. Bueno, eso hasta que aparece el fresco de Rascal y lo alborota todo. Es por él que Leo y su amiga Big conocen a los niños del Otro Lado, cuya vida no puede ser más distinta a la de los ricos huéspedes del Paradiso. Cuando estos dos mundos se encuentran, hay problemas. Las vacaciones de Leo van a resultar mucho más emocionantes de lo que pensaba.
El libro dice…
"-¡Venga, a dormir, que es muy tarde!
Papá me apaga la luz.
Todo se queda muy oscuro y muy callado.
No me gusta cuando todo está tan oscuro y tan callado.
En las noches oscuras y calladas pueden pasar cosas horribles."
… Como por ejemplo, que venga el Horripeludo Monstruo de lo Oscuro y quiera que le hagas un hueco en tu cama.
El libro dice…
“¿Tú qué quieres ser de mayor, Anusca? –pregunta tía Enriqueta.
-Famosa –responde Ana.
-Pero famosa ¿qué? ¿Una famosa doctora? ¿Una famosa periodista? ¿Una famosa actriz?
Anusca se queda pensando y luego se encoge de hombros.
-Una famosa… famosa.”
Ana no lo sabe todavía, pero está a punto de saltar a la fama de una manera un tanto particular…
El libro dice…
“Un día, la princesa Cucamona se presentó en clase con un hada madrina.
Era un hada pequeñita, luminosa y un poco transparente. Flotaba en el aire, justo sobre la cabeza de Cucamona.
Cuando la vio, la Seño dijo:
-Alteza, bien sabéis que está prohibido traer hadas a…
No dijo más: el hada madrina la hechizó con su varita y la dejó durmiendo de pie, con el brazo levantado y la tiza en la mano. Como no se despertaba, los alumnos empezaron a perseguirse entre las mesas, jugando al vos la lleváis.”
Si por lo menos sólo fuera una… Pero el hada de Cucamona despierta la envidia de sus compañeros y pronto la clase se llena de hadas, para gran desesperación de la Seño. Es el comienzo de un gran desbarajuste.
El libro dice…
“El señor Garambaina es dueño de la famosa fábrica de osos de peluche Garambaina.
En la fábrica Garambaina, sus empleados fabrican osos de peluche sin parar.
Mauricio pone patas a los osos con una máquina que suena:
FRUSTIFROP… FRUSTIFROP…
Leticio cose las orejas a los osos con una máquina que hace:
BLAMPITI… BLAMPITI…
Patricio mete el relleno en las barrigas de los osos. Su máquina dice:
BROOOMM… BROOOMM…
El pobre Simplicio no usa ninguna máquina. Se encarga de meter los osos de peluche en cajas de cartón. A los osos no les gusta nada que los encierren en cajas. Por eso, siempre que pueden dan patadas y algún que otro pellizco”.
El señor Garambaina grita ¡Demonios en camiseta! cada vez que se enfada. Es decir: todo el tiempo menos cuando está con su nieto. Y de su fábrica salen unos osos de peluche muy, pero que muy especiales.
El libro dice…
“Hoy ha llegado la nueva vecina del ático.
Me ha bastado echarle un vistazo para saberlo. ¡Es bruja! Sí, bruja, te apuesto lo que quieras...”
Lo malo es que sólo nuestra heroína se ha dado cuenta. De modo que sus padres y vecinos no resultarán nada comprensivos cuando intente salvarlos de la más terrible de las brujas.
El libro dice…
“Yo vivo en la calle de la Magnolia número 7, piso tercero B. Nos mudamos hace solo dos meses y mi casa es muy nueva. Está rodeada por un muro y tiene un jardín privado y unos columpios privados, solo para los que vivimos en el número 7 de la calle de la Magnolia.
La niña no vive en nuestra casa. Su padre tiene una tienda en la esquina que se llama el Chollo Chino. En la tienda esa hay de todo y nunca cierra. La niña se pasa horas sentada en el escalón de la puerta del Chollo Chino. Desde allí vigila el portón de nuestra casa. Y, en cuanto alguien entra o sale, se cuela en el jardín.”
La primera vez, Julio y sus amigos de Magnolia 7 aceptan a la niña china en sus juegos. Hasta que aprenden que no tiene derecho a entrar en su jardín. ¡Estaría bueno! Por algo es una propiedad privada.
Pero la chinita no entiende de propiedades privadas. Por no entender, ni siquiera parece entender el español. Aquí va a haber lío.
El libro dice…
“En algún punto o, mejor dicho, en dos puntos del inmenso océano Atlético, no lejos de las penínsulas de Oste y Moste, se encuentran las minúsculas islas de Chis y Garabís, donde transcurre esta historia.
La forma más fácil de llegar a Chis y Garabís, y la única que conozco, es por casualidad. Por casualidad llegué yo un día. Pero otro día me marché, también por casualidad, y ya no he sabido regresar.
Durante el tiempo que estuve entre los chisinos y los garabisinos, me contaron esta historia…”
¿Que qué historia? Pues la historia de lo que pasó en las dos islas cuando La Nube de los Jueves decidió un buen día (jueves) dejar de llover en Garabís, ocasionando un montón de problemas.
El libro dice…
Hay cola en la heladería nueva.
“Oferta de apertura: dos helados por el precio de uno”, dice el cartel.
Y se ve que todo el barrio se ha enterado.
Mientras esperamos, elijo sabor. Estoy dudando entre triple chocolate y chocolate con pepitas de chocolate. Pero al final decido ser atrevida y escojo un gusto muy exótico que suena a japonés.
–Yo quiero tiru… misu –le pido al vendedor.
–Tiramisú –me corrige mi padre–. ¿Nos pone una bola de tiramisú, por favor?
El señor se le queda mirando y dice:
–No.
–¿No tiene de tiramisú? ¿No es ese de ahí?
En vez de contestar, el heladero dice:
–Tú eres Daniel Garrido, ¿verdad?
–Sí –dice mi padre.
–Pues no tengo helado para ti.
Mi padre hincha el pecho y me preparo para la que se avecina, porque menudo es mi padre cuando se enfada.
–Pero ¿tú quién te crees que eres…? –empieza.
–El Cachalote –dice el heladero con voz ronca.
Se infla al mismo tiempo que mi padre se desinfla. Y ya era grande de antes.
–El helado no es para mí, es para mi hija –murmura mi padre–. Solo es una niña.
–Sí. Es una pena –gruñe el heladero–. Es cruel hacer sufrir a los niños. A ver, ¿quién va ahora? ¿Tú, rubiales? ¿Qué te pongo?
Se pone a servir al que nos sigue en la fila y no vuelve a mirarnos.
Mi padre y yo salimos de la tienda sin helado. Yo estoy muy decepcionada por dos razones:
Una: que alguien ha tratado mal a mi padre y él se ha dejado.
Dos: que me he quedado sin helado de timisarú.
–De todos modos hace frío, no apetece tomar helado –dice mi padre–. ¡Mira! Si hasta parece que va a llover.
–No va a llover para nada –refunfuño–. ¡Qué señor más raro! ¿De qué te conocía?
Mi padre suspira. Alguien grita mi nombre.
–¡Carla!
–Creo que ese niño te está llamando –dice mi padre.
Es Mariano, el nuevo. ¡Lo que faltaba! Hago como que no lo veo y sigo andando.
–No mires. Es el rarito de la clase. ¿Me explicas quién era ese?
–¿Cómo que rarito? –Mi padre se queda parado–. ¿Por qué le llamas así?
–Yo qué sé… ¡Por todo!
–¿Qué es todo? Dame un ejemplo.
Le podría dar montones de ejemplos: que a veces habla solo en voz baja; que se abrocha hasta el último botón de la camisa; que usa camisa; que corre de una manera ridícula… Pero lo que me sale es:
–¡Usa paraguas!
El padre de Carla la lleva cada mañana al colegio en su taxi. Van los dos de lo más bien, peleándose por elegir la música y cantando a grito pelado. Hasta que su padre se empeña en llevar también a Mariano, el chico más raro de la clase. Mariano da muchos sorbetones, habla solo, en voz baja y usa paraguas. Además, le roba la atención de su padre y arruina su reputación de niña normal en el cole. Esta historia va de eso y también de amigos nuevos y de enemigos viejos, de remordimientos, torniquetes, monopatines, violines y helados de tiramisú.
El libro dice…
“-¡Oh, cielos, tened piedad de mí! –gime mamá.
Pone la cacerola al fuego y se desmaya.
No es que mi madre sea muy desgraciada. Es que está ensayando una obra de teatro.
Se pone de pie, destapa la cacerola y sale un olor que no me gusta nada.
-¿Qué hay de cena? –pregunto.
-Puré de verduras.
-¡Puag! ¡Cielos, tened piedad de mí! –digo arrugando la nariz.
Y entonces llaman a la puerta... Es un señor viejo con una maleta. Me mira muy fijamente y dice bajito:
-Hola Carmen.
-No soy Carmen, soy Lola. ¿Y tú quién eres? –pregunto.
-Soy tu abuelo –dice él.
-Yo no tengo ningún abuelo.
-¿Quién es? –pregunta mamá desde la cocina.
-Uno que dice que es mi abuelo.
Mamá se asoma, ve al señor y se queda pasmada, sin decir nada. Igual que una vez en el teatro, que se olvidó de su papel. El señor tampoco habla ni se mueve. Y así un buen rato, como si se hubiera parado el mundo. Tardo bastante en atreverme a decir:
-Huele a quemado.
-¡El puré! –grita mamá echando a correr hacia la cocina.”
Gracias a ese abuelo recién adquirido, Lola no come puré esa noche. Pero eso es lo único bueno que parece traer esa visita. El hombre no resulta precisamente un abuelo ejemplar. Peor que eso: Lola empieza pronto a tener graves sospechas acerca de él…
El libro dice…
“Tía Agustina no nos hace las camas, y nosotros tampoco. Por eso cuando nos acostamos siempre se nos salen los pies.
-¿Me remetes, Javi? –dice Tina.
Y yo la remeto porque le acabo de prometer a mi madre por teléfono que voy a ser un chico mayor y responsable.
-¿Me traes agua, Javi?
Y yo se la traigo.
-¿Me cuentas un cuento?
Ahí ya se me están acabando las ganas de ser mayor y responsable.
-A ver… Esto era una vez una niña que tenía miedo de la oscuridad. Lo que no sabía esa niña es que cerca de su casa vivía un bicho horrible y la comida favorita de ese bicho eran las niñas que tenían miedo de la oscuridad. Cuando las niñas están asustadas, se ponen a oler de una manera especial…
-¿Y los niños? –pregunta Tina.
-Los niños no, sólo las niñas. Y no me interrumpas… Resulta que esa noche la niña se había olvidado de cerrar la ventana…
-¡No me gusta ese cuenta, Javi! Cuéntame otro.
Tina se tapa son la sábana hasta los ojos, así que se le salen otra vez los pies. Lo que es yo, no se los pienso remeter…”
Tía Agustina no es precisamente una experta en cuidar niños. Pero Javier y Tina tienen que vivir con ella mientras su padre está en el hospital. Los dos hermanos se aburren y se pelean, mientras esperan ansiosos noticias sobre su padre. Los días se les hacen largos y pesados. Pero… ¿y las noches?
El libro dice…
“María, ¿qué te parecería si nos fuésemos a vivir un tiempo al extranjero?
Eso dijo Padre, y ahí empezó todo. Las cosas inesperadas siempren ocurren así, cuando una menos las espera. Creo que acabo de decir una bobada. A ver si me explico. Quiero decir que las cosas gordas, esas que cambian la vida de una, siempre la pillan desprevenida, a traición.
Recuerdo que cuando Padre me dio la noticia, yo estaba tan tranquila, hojeando distraída el periódico:
“Lluvias torrenciales en Levante…”
-Vamos a ir a Bolivia –dijo Padre.
No dije nada. Clavé los ojos en el periódico y repetí para mis adentros una y otra vez: “Lluvias torrenciales en Levante lluvias torrenciales en Levante lluvias torrenciales…” Como si así pudiera hacer que el tiempo volviera atrás unos segundos y Padre no hubiera dicho nunca aquello”.
No le va a resultar fácil, pero María aprenderá a conocer y a querer a Bolivia y lo hará a través de la cholita Casilda, en una relación en que las patatas son muy importantes.
El libro dice…
“-¡Caray, Nulo! ¡Cómo apestas hoy! –exclamó Miaja.
-Ya sabes cómo es mi padre. Me ha frotado con estiércol –explicó Nulo-. Dice que trae suerte.
-¡Suerte! ¡Ja! En el páramo no existe la suerte.
-Anda, no te quejes, que está levantando la niebla. Y seguro que es gracias al estiércol que llevo encima. Parece que tendremos un boni… que el día no será feo, vaya.
-¿Que no será feo? –se burló Miaja-. En Sombra no hay nada que no sea feo. ¡Mira a tu alrededor!
…
-¿No son…? ¿No son no-feas las luces? –dijo Nulo.
-Son tristes –suspiró Miaja.
-¡El Bosque! –exclamó Nulo-. ¡No me dirás que es feo el Bosque!
-Eso no cuenta –gruñó Miaja-. El Bosque es de ellos.
-¡Mira la estrella de la mañana! –insistió Nulo-. Esa brilla para todos. ¿A que no es fea?
-No es fea, pero es de todos –replicó esta vez Miaja.
-¡Jo! Que si es de ellos, que si es de todos… Yo no sé qué te pasa. Últimamente nunca estás contenta...
Los dos niños empezaron a descender por la colina, mohínos y en silencio.
-Ya sé que no está bien… -murmuró al fin Miaja-. Pero yo quiero algo bonito mío, Nulo.
-¡Miaja! ¡No digas esa palabra! Sabes que es gafe.
Nulo escupió por encima de su hombro, para conjurar la mala suerte que la palabra bonito podía traerles.”
Los sombrinos han aprendido a temer la belleza, porque todo lo que es hermoso acaba en el Castillo, ese lugar del que nadie ha regresado. Aun así, Miaja se atreve a ocultar algo hermoso. Cuando su secreto sea descubierto, su vida dará un vuelco, y con ella la de toda Sombra.
El libro dice…
-¡Bolívar! –grita Alicia-. ¿Dónde están tus gafas de sol?
-No… No tengo.
-¿A quién se le ocurre venir a esquiar sin gafas de sol? La reverberación del sol en la nieve es fatal para los ojos. Te vas a agarrar una conjuntivitis de no te menees… En el descanso te me vas a la tienda que hay junto al bar y te compras unas.
Bolívar se pasa un buen rato dando vueltas al expositor de las gafas y consultando una y otra vez los precios, como si pretendiera hacerlos bajar a fuerza de marear las etiquetas. Pero los precios no bajan: veinte euros las más baratas. Su mamá le ha dado diez, y solo para emergencias. ¿Qué hacer? Si el Desmu estuviera aquí, no lo dudaría. Pero él no es el Desmu. Su corazón se lanza a galopar mientras las gafas giran cada vez más deprisa ante sus ojos. Mira de reojo a la dependienta y ve que ella a su vez no le quita la vista de encima. Su presencia en la tienda se ha hecho sospechosa por lo larga, ya es imposible llevarse unas gafas sin ser visto. “Hay que ser pilas. Si dudas, te friegas”, eso solía decir el Desmuelado, y tenía razón. Bolívar da un último empujón furioso al expositor y se marcha; la dependienta grita algo sobre buenos modales a sus espaldas.”
Bolivar es un chico inmigrante que acaba de llegar a España. Sus problemas de adaptación se hacen patentes cuando le invitan a pasar una semana en la nieve haciendo un cursillo de esquí. En las pistas se encuentra en su salsa, y pronto pasa de ser un pollo (novato) a ser el más temerario de los pitufos, los esquiadores experimentados. Lástima que, en las relaciones con sus compañeros, siga sintiéndose como el último de los pollos…
El libro dice…
“Vale, soy un tío raro. No te lo quería decir, pero igual supongo que te estás dando cuenta. Desde fuera no se me nota demasiado, pero te metes en mi cabeza y alucinas. Bueno, o no tanto. A lo mejor todos somos raros, no sé. A lo mejor tú también tienes ideas catastróficas y angustias vitales, y a veces te parece que el tiempo se ha rayado, como me pasa a mí. A lo mejor también te dan grima los botones y las etiquetas, sobre todo las adhesivas, y las tapas de yogur… O eres raro de otra manera. Dice mi abuela que cada uno tiene lo suyo y que en todas partes cuecen habas. Me gustaría ser lo bastante amigo de alguien como para que me dejara ver las habas de su cabeza, por aquello de comparar. A lo mejor así me quedaba más tranquilo. Pero yo mis habas hace tiempo que no se las enseño a nadie.”
Gen se encuentra en una ciudad nueva y no especialmente acogedora, lidiando con sus rarezas y con las de su madre, una entusiasta del yoga que se empeña en enderezar el aura a quien se le ponga por delante.
El libro dice…
“… Doce horas después estaba en el aeropuerto de la capital de Bésibes, aplastada por el calor e incordiada por las moscas. El aire estaba lleno de olores tan nuevos para ella,que no podía decir si le agradaban o le asqueaban, aunque más bien se inclinaba por la segunda opción. Había soldados armados por todas partes. El policía de la aduana examinó con recelo sus pasaportes besibeses, como si no se creyera que pertenecieran a aquel país. Y, en efecto, no se parecían a la gente que las rodeaba. Sutsru era la única mujer con el pelo corto. Eva era la única chica con pantalones. Seguramente por eso, a Fatotu le costó muy poco reconocerlas. Se acercó a ellas y se apoderó de sus maletas, como si tuviera cuatro manos, y aun le sobró ota para espantar a los chiquillos harapientos que los siguieron hasta el aparcamiento pidiendo unas moneditas, por caridad…”
La madre de Eva vuelve a su tierra natal, Bésibes, para hacer un estudio de viabilidad en una mina en medio del desierto. Eva la acompaña y cae de lleno en un mundo primitivo, regido por la superstición y poblado de espectros.
El libro dice…
“A la hora del recreo, la nueva sale la última al patio, andando despacio y con una desgana así como elegante, un poco como andan los leones del zoo en sus jaulas. Se sienta en las escaleras y se pone a mascar chicle mirando a su alrededor con cara de asco distraído. O sea, como si no le gustara lo que ve, pero tampoco le pareciera lo bastante importante como para prestarle atención.
A las chicas nos ofende que pase tan descaradamente de nosotras y, como castigo, la ignoramos con todas nuestras ganas.
A los chicos que juegan al fútbol se les va el balón a cada rato hacia donde está ella. Qué casualidad. Eso hace que Soledad nos guste menos todavía, porque a las chicas no nos suelen gustar las chicas que gustan demasiado a los chicos, no sé si me explico. Ahí ya no nos sale ignorarla más. Hacemos un corro y la despellejamos con nuestras lenguas viperinas…”
“La Nueva” llega al colegio pisando fuerte: Soledad es rebelde, provocadora, arisca, atractiva. Viene envuelta en una aureola de tragedia que hace que se le perdonen todas las provocaciones. Silvia observa con curiosidad la revolución que la nueva provoca en alumnos y profesores.
Claro que, para revoluciones, la que le espera a la propia Silvia. Pero eso ella todavía no lo sabe…
El libro dice…
“Nadie ha invitado a Aila a entrar en la casa, pero ahí está en la cocina, frente al plato de perrunillas aún tibias. A Carlos le encantan las perrunillas. Quizá le gustan tanto porque solo las come cuando viene a Alcamilla. Muerde una con ganas. Aila está a punto de hacer lo mismo, pero en el último momento aparta la galleta de su boca con un gesto de repugnancia.
-¿Por qué se llaman perrunillas? –pregunta recelosa.
-Pues... de alguna manera se tienen que llamar, niña –responde Hortensia.
-¿Tienen carne de perro?
-¡No! ¡Qué cosas dices!
-¡Ah! Yo no como perro ¿sabes? Ni perro ni cerdo.
Se zampa la galleta de un bocado. Después se come otra, y otra, y otra. Carlos se pone a comer más deprisa para no quedarse atrás.
-¡Despacio! ¡Hay que masticar! A ver si os va a dar un entripado.
Los entripados. Esa es otra de las cosas que asustan a Hortensia.
-¡Carlitos, hijo! Que luego no te queda sitio para la comida –le advierte.
-¿Cuándo es la comida? –pregunta Aila.
-Falta gratinar los macarrones.
-Si quieres me puedo quedar. Si no hay perro ni cerdo.
Hortensia mira a Aila arrugando el entrecejo. Abre la boca, seguramente para contarle lo que piensa de las crías descaradas y sin modales. Pero no llega a decirle nada.
-¿Y tu qué haces con ese bendito tarugo? –le dice en cambio a Carlos.
El chico se da cuenta de que aún carga el leño bajo el brazo.
-Anda, llévalo a la leñera, majo. Y ya que está aquí esta...
-Aila.
-Ya que está Aila, que te ayude con la leña. Y mientras se hace la hora de comer.”
¡Vaya birria de verano! Carlos tiene que pasarlo en Alcamilla, un pueblo aburrido donde todo el mundo es viejo. Menos mal que tropieza con Aila. Aila vive en un autobús abandonado y es un fenómeno trepando árboles y
comiendo perrunillas. Carlos y Aila no tardan en descubrir que hay un animal
misterioso y escalofriante escondido en el bosque. Mientras, los mayores viven
preocupados por un peligro muy distinto. De modo que nadie, ni chicos ni grandes,
está tranquilo en Alcamilla.
El libro dice…
Manuel cruzó el umbral tras la mujerona de las cejas pintadas y la siguió casi a tientas por una sucesión de escaleras y pasillos apenas iluminados por pequeñas lámparas de pared. Acabaron en una sala igualmente oscura. El chico supuso que se trataba de un dormitorio colectivo. Había seis literas dispuestas en fila, ocupadas por bultos que parecían dormir. La señora le condujo hasta la única cama libre, le tendió un ropón blanco y le ordenó con gestos que se acostara.
-¿No voy a ver a mi tío? –preguntó Manuel.
La mujer se puso un dedo en los labios fruncidos.
-Tengo un poquito de hambre –continuó él en un susurro-. Y necesito un cuarto de baño, hace horas que…
-¡Chist!
Una andanada de saliva le regó la cara. Se protegió con las manos y, cuando se destapó, la Cejas Pintadas había desaparecido. Se sentó apesadumbrado en la cama. Nada más hacerlo, el dormitorio cobró vida. Todos los bultos saltaron a la vez de sus literas y rodearon a Manuel que, espantado, en un primer momento los tomó por fantasmas.
No eran fantasmas, sino niñas vestidas con largos camisones blancos. Aunque casi mejor que hubieran sido fantasmas. ¡Menuda panda de salvajes! Le tocaban, le pellizcaban, le hablaban, posiblemente en francés, se reían. Una abrió la maleta de Manuel y un momento después toda su ropa volaba por los aires. Sólo que no era su ropa. Manuel se dio cuenta cuando un vestido estampado aterrizó sobre su cabeza.
-¿Sabéis dónde está mi tío? ¿Conocéis a mi tío Manolo?
Las chicas le miraron un momento, como intrigadas. Luego se rieron con más ganas y siguieron revolviendo en la maleta. Sólo pararon cuando una de ellas, que estaba de guardia junto a la puerta, avisó al resto con gestos frenéticos. La Cejas Pintadas se asomó un instante después, pero para entonces todas estaban en sus camas arropadas hasta la nariz. La mujer murmuró entre dientes una amenaza que Manuel se alegró de no entender.
Esta vez, cuando se marchó, sólo hubo algunas risitas contenidas. Manuel, por su parte, tenía que contener las ganas de llorar. Y también otra cosa. Murmuró con los dientes apretados:
-¿Alguien me puede decir dónde está el baño?
-La puerta del fondo –respondió una vocecita.
-¡Por fin alguien que habla en español! –suspiró aliviado-. ¿Tú sabes dónde está mi…
-¡Chist! Más vale que te calles.
-¿Conoces a mi...?
-Mañana hablamos –murmuró la niña.
Manuel no pudo sacarle una palabra más. Bueno, al menos ahora podría hacer pis. Empujó la puerta que le había sido indicada y buscó a tientas el interruptor de la luz. El fluorescente se encendió con un par de chispazos que le cegaron momentáneamente. Cuando se habituó a la luz, vio su imagen reflejada en un espejo. Se llevó la mano al pelo, horrorizado. Llevaba puesta la diadema de Luisa, con su ridículo floripondio de plástico. Se la quitó de un manotazo, con el rostro arrebolado de vergüenza.
Al hacerlo notó que se le aliviaba ese dolor de cabeza que sentía desde hacía horas.
“Algo es algo”, se dijo. Desde pequeñito siempre había sabido apreciar el lado positivo de las cosas.
Manuel viaja a Paris para pasar el verano con su tío Manolo, un exitoso pintor. Sin saber por qué, acaba atrapado en una siniestra institución donde nadie entiende su idioma y, para colmo, le toman por una chica. Decidido a escapar, tendrá como aliadas a once de sus nuevas compañeras. Los Doce formarán un disparatado grupo de rebeldes y tratarán de llegar a casa de tío Manolo cruzando Francia y huyendo de sus perseguidores.